Se dice que cierta vez Koonex, la
anciana curandera de una tribu de tehuelches, no podÃa caminar más, ya
que sus viejas y cansadas piernas estaban agotadas, pero la marcha no se
podÃa detener.
Entonces, Koonex comprendió la ley
natural de cumplir con el destino. Las mujeres de la tribu
confeccionaron un toldo con pieles de guanaco y juntaron abundante leña y
alimentos para dejarle a la anciana curandera, despidiéndose de ella
con el canto de la familia.
Koonex, de regreso a su casa, fijó sus
cansados ojos a la distancia, hasta que la gente de su tribu se perdió
tras el filo de una meseta. Ella quedaba sola para morir. Todos los
seres vivientes se alejaban y comenzó a sentir el silencio como un sopor
pesado y envolvente.
El cielo
multicolor se fue extinguiendo lentamente. Pasaron muchos soles y muchas
lunas, hasta la llegada de la primavera. Entonces nacieron los brotes,
arribaron las golondrinas, los chorlos, los alegres chingolos, las
charlatanas cotorras. VolvÃa la vida.
chingolito |
Sobre los cueros del toldo de Koonex, se
posó una bandada de avecillas cantando alegremente. De repente, se
escuchó la voz de la anciana curandera que, desde el interior del toldo,
las reprendÃa por haberla dejado sola durante el largo y riguroso
invierno.
Un chingolito, tras la sorpresa, le respondió:
– “nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento. Además durante el invierno no tenemos lugar en donde abrigarnos.”
– “Los comprendo”, respondió Koonex,
“por eso, a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen abrigo en
invierno, ya nunca me quedaré sola” y luego la anciana calló. Cuando una
ráfaga de pronto volteó los cueros del toldo, en lugar de Koonex se
hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas flores amarillas.
Al promediar el verano las delicadas
flores se hicieron fruto y antes del otoño comenzaron a madurar tomando
un color azulmorado de exquisito sabor y alto valor alimentario.
Desde aquél dÃa algunas aves no
emigraron más y las que se habÃan marchado, al enterarse de la noticia,
regresaron para probar el novedoso fruto del que quedaron prendados. Los
tehuelches también lo probaron, adoptándolo para siempre.
Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, “el que come Calafate, siempre vuelve.”
Fin
Leyenda extraÃda de: http://www.encuentos.com/leyendas/la-leyenda-del-calafate/ - visitada el 10/11/2017 a las 14.00 hs.
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